La perra láctea de Andrés Cisnegro: lo nuevo de Cinosargo
El cielo se derrama, más allá él universo
La perra láctea es el título, de este libro de Andrés Cisneros de la Cruz, quien a través de su trabajo nos ha mostrado un camino estético que hurga en el significado de las palabras para mostrarnos su esencia primigenia. Entre sus libros se destacan, Ópera de la tempestad, Fue catástrofe, Eufórica (partituras para la guerra) entre otros; sin embargo, en esta nueva entrega podemos arribar a elementos indisolubles, el hombre y sus contradicciones, el hombre y sus sueños el hombre como bestia, el hombre y su mitos.
El poemario tiene un vínculo que arrastra a las palabras, la bestia, caracterizada por los perros, que a su vez dan vida a las emociones del hombre, a sus sueños y sus estructuras mitológicas, haciendo de la tradición occidental un reflejo, en la mirada de un animal que se mimetiza por momentos con el ser humano y este ser se refleja por sus pensamientos en los instintos de la bestia.
Más que respuestas, nos encontramos en un libro que nos lleva a repensar los conceptos cotidianos de libertad, de estar amarrados con el humo de la esclavitud de las mentes, de los pescuezos, que no se atreven a mirar más allá de sí mismos. Durante la lectura el que sigue los versos, puede sentir por su columna el desasosiego de la duda y comenzar a preguntarse una y otra vez, ¿dónde ha perdido su libertad?, ¿si alguna vez la tuvo?, ¿dónde la ira se alza como si fuera un perro con el hocico a punto de la mordida?. Andrés Cisneros plantea en este poemario, lleno de imágenes deslumbrantes, más preguntas que certezas, y precisamente radica en ello la magia a la que permite acceder a través de sus palabras.
Nos encontramos desde el inicio con esa pregunta que nos distingue a unos de otros, el nombre, ¿quién escogió tu nombre?, ¿cómo te marca?, ¿cómo respondes ante él?, ¿es acaso un accidente o al dejar de tenerlo eres una piedra o al tenerlo te haces inmortal? ¿Quién es el otro, es la bestia que llevas dentro? Nos encontramos en este inicio a Dorian, un perro que podría ser el lector, o su vecino de al lado.
Y sigue metiendo en honduras al lector, cuando nos deja entrever que al no tener libertad, al perderla se convierte en tristeza, en una tristeza tan profunda, que solo la muerte podría liberarla de esas ataduras que nos llevan, acaso en un vuelo, hacia la búsqueda de la inmortalidad. Entonces nacen otras preguntas, que parece lanzar el poeta, ¿acaso la inmortalidad se alcanza con la memoria o es la imagen del recuerdo lo que nos convierte en inmortales? ¿Quién es ese colibrí amarrado, ese perro, ese hombre que no pronuncia su nombre? Dice Cisneros:
¡Ladra perro!,
intenta decir quién eres,
canta colibrí.
Y así comienza el libro donde la bestia se convierte en personaje, en reflejo de la necesidad de hombre por cercar a otros, por encerrar en un círculo vital: la libertad del otro. Dice el poeta: “más que una enfermedad, es un cruel vicio”.
Y en ese mundo llegan los dioses, los mitos transmutados en nombres, en dioses terrestres de las bestias. Asomándose al poema “Cleopatra nunca se fue de casa” podemos acercarnos a la pregunta existencial, donde la mitología, que se ha generado a partir de esta reina egipcia, capaz de trastocar el tiempo, nos enfrenta a la sujeción del sujeto hacia él mismo, hacia su propio reloj de arena. Andrés Cisneros trastoca ese mito para mostrarnos lo terrenal del ser humano, para acercarnos a ese polvo: “¿Por qué cuando pregunto por ella, Nadie me responde Nada?” nos dice la voz de la bestia y la pregunta sigue su eco en el poema y en lector.
El poema además de un homenaje a la madre, abuela, a la belleza, a la cultura de una mujer y como generadora de luz, mete al lector en un mundo alucinante donde “cada uno de los perros que suben para beber la luz / en la punta de su pezón, al amanecer” puede ser el hombre mismo. Para después mimetizarla con el universo, el sistema lácteo que conocemos, en el que parecemos movernos. Y la tierra “la mesa redonda del mundo”, es cargada por perros que se comportan como tales con tal del alimento, metáfora acaso del humano que deja un tiradero, un caos, muertes con tal comer, con tal de tener entre sus fauces un hueso.
El libro está colmado de alegorías entre los pares, entre el día y la noche, en él podemos abrevar no solo de la filosofía occidental, sino, al ser universal, toca también las ideas orientales, las del Tao, vemos desfilar así luces y oscuridades, el yin yang. La dicotomía del sueño, donde la vida y la muerte son veladas por ese espesor víspera ante el despertar.
Pero en el libro no se olvida de que el equilibrio que nos puede dar el Tao, no siempre se logra y regresa a occidente con sus pasiones capitales, entonces nos muestra en el poema “Perra ira”, esa emoción, su fuerza cegadora en la imagen de una mordida de la bestia con puños y cuchillos. No se olvida de la carga social que llevan los hombres, de la carga histórica de los propios mitos que han pasado de generación en generación, quizá desde las montañas o los campos cultivados, hasta el cemento de las ciudades y sus propias historias y mitos, nos recuerda los años setenta y los sueños de paz, las matanzas de estudiantes, los nahuales.
La familia, la familia será un tópico que atraviesa el poemario, entre las crisis de las bestias encontraremos un momento de liberación, de danza que libera con las palabras, una luz que viajará desde su oscuridad hasta llegar a esa vigilia del animal que llevamos dentro “y estalla en una orquídea de aire”
La perra láctea es un libro que hay que leer respirando, nos cuestionará, sobre nosotros mismos y nuestro entorno, ese que nos rodea cotidianamente, donde las ideas se convierten en insomnio, en rabia, en mordida, en aire.
Isolda Dosamantes
8 de septiembre, año del coronavirus.
Dónde adquirir el libro
https://www.gandhi.com.mx/la-perra-lactea
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