No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar [por Christian J. Kanahuaty]





Christian J. Kanahuaty (*) 

La editorial Cinosargo de Chile hace apuestas cada vez más interesantes en sus publicaciones. Para finales de 2015 sacó la primera edición del libro No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar. Un libro que recoge gran parte de la producción poética de Andrés Villalba (Quito, 1981) y que demuestra de forma corrosiva y contundente por qué su poesía es una de las más importantes de Ecuador.

La obra recoge poemas de libros como Soterramiento, Cuaderno Zero, Muñones y de La obscenidad del vencido. En cada uno de estos libros hay una exploración formal y temática que aborda el poeta haciendo de lo cotidiano y del fracaso su escenario primordial. Aquel que sólo existe en la medida en que la biografía logra ser capturada con juegos irónicos y diatribas contra el trabajo y la poesía. Hay una burla constante sobre el oficio del perdedor que se arroja a escribir versos como única forma de seguir en la letanía que significa vivir en un páramo andino que es incapaz de verse a sí mismo.

La poesía de Villalba, lejos de toda pretensión, ronda los espacios de la prosa poética, el verso libre y la autobiografía con el fin de redondear un personaje (quizá él mismo o nosotros a través de él) que no puede ir más allá de sus posibilidades y se arroja tanto a las mujeres y sus dudas como al alcohol y sus desvaríos, para finalmente volver al origen: la palabra escrita como fórmula y señal de la imposibilidad de hacer algo que beneficie al resto. La poesía no salva a nadie, ni siquiera a su propio autor. La poesía no es más que un juego que quema y sin embargo, del cual es imposible salir de él.

Al leer el libro de Villalba el lector se acerca a la historia de Ecuador, se acerca a las migraciones árabes y turcas que han llegado a esta parte del territorio andino, se percata de la imposibilidad de la verdadera amistad y sonríe frente a la mirada casi sardónica sobre el universo falseado de la seducción femenina. La ironía, la risa, los guiños poéticos y las penitencias familiares cobran en este libro un valor más que importante. Forman una constelación que nos hace pensar que la poesía ha dejado de ser un acto solemne y que puede reírse de sí misma. En cada verso de Villalba hay latente esa frase que dice: "si no es con dolor, no sirve”. Parece ser que el poeta en este caso se arrastra por las hebras de la vida y reconstruye la palabra para hacerla lo más prosaica posible, porque sabe y  entiende que sólo de esa manera el mundo podrá ser nombrado.

El mundo del peregrino y del perdedor es, al final de cuentas, nuestro mundo. Ese mundo es propiedad de este libro, su escenario donde en un intento ciertamente intermitente, el mismo autor se va reconstruyendo y fantasea por ello con la salida: la liberación. Pero ella no es posible porque el poema aún no está terminado y porque, sí, aún hay gente que cree en el poeta (al menos de momento y ya habrá tiempo para decepcionarlos). No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar es un libro que poco a poco podrá abrir caminos sobre la forma en que se puede seguir escribiendo poesía en estas regiones no tan transparentes.

 (*) Es escritor.

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