Sobre Morgue y otros poemas (Cinosargo 2012) por Alberto Hernández
MORGUE Y OTROS POEMAS (Cinosargo 2012)
Alberto
Hernández
1.-
Leo a Godfried
Benn en Morgue y otros poemas y regreso a las páginas terribles de la novela
de Maxence van der Meersch Cuerpos y almas (Plaza y Janés para el
Círculo de Lectores, s/f) y me veo en el consultorio y sala de pacientes graves del médico venezolano
Vicente Lecuna Torres en su Informe
médico (Mondadori, Caracas 2006).
Me desvelan estas historias, no porque haya algún sesgo mórbido, alguna seducción doliente en mis desatinos como lector, sino por el
recuerdo de haber estado en una morgue, en un tanatorio, de haber sido estudiante de medicina y haber
visto, tocado y olido la presencia de la muerte, sus efluvios, los cuerpos
fríos, pálidos, pero llenos de personalidad. Sucumbo ante estas lecturas porque
me encuentro vivo ante el interior
oscuro, líquido y misterioso de una humanidad abierta, suturada, mancillada por el bisturí y
los hierros que la revisan, la registran, la hurgan, la bucean hasta encontrar
el lugar donde comenzó a anunciarse el dolor y luego la patología que
conduciría a la muerte a quien hoy, ante los ojos del científico, es carne
silenciosa, como un poema que deja de leerse.
Leo a Godfried
Benn en la traducción de Daniel Rojas Pachas y me hundo en mí mismo, en la muerte que no
conozco, en la del otro que es cuerpo abierto, cortado, sobre la mesa de disección. Suturado sin
estética alguna. Leo unos poemas que hablan desde la muerte o desde los pasos
más cercanos a ella, desde las vísceras
de quien viaja en silencio hacia la nada. Desde la podredumbre, desde la
fealdad de las enfermedades, pero sobre todo desde la conciencia de quien posa
sobre el cadáver su mirada y descubre el mundo terrible de la soledad, porque
de eso se trata: un cuerpo muerto es la expresión más precisa de la soledad, del silencio, del exilio.
2.-
Pero en Benn hay
otros elementos, otras lecturas. Testigo y luego víctima de una guerra en la
que participó como médico. Testigo porque estuvo en el sitio para socorrer
cuerpos mutilados, cráneos destruidos, almas en vilo en medio de la sangre y la
carne violentada. Y víctima porque lo que escribió no le fue permitido
publicarlo por los aliados que derrotaron a los Nazis. Su ojo humano, más que su ojo clínico, estuvo
allí, al lado de la vida y de la muerte, al lado de la agonía, al lado de lo
feo y nada sublime, aunque la muerte puede ser sublime en tanto tragedia
cantada, escrita desde el dolor o el sufrimiento.
Su poesía no es
nada optimista. Es una poesía oscura por el trato del referente a escribir. Una poesía que lleva el peso de
una realidad envolvente la sacudió y la hizo parte del mundo al convertirla en
libros que años después llegaron a los lectores. Dueño de una escatología
cercana al martirio, sus personajes, sus sombras rondan la metáfora y la
limpian de oscuridad: es directo, usa el escalpelo y el bisturí verbal sin
desviar la mirada. Despojado, sin imágenes que contemplen el lado doliente, la
voz de Benn dice sin alterarse. Trabaja con las manos cubiertas de sangre, de
esputos, de palabras convertidas en vísceras rotas, en músculos desprendidos,
en sonidos que sacuden y dejan al lector golpeado.
3.-
“Réquiem” podría
resumir todo lo anteriormente afirmado. En su lectura está toda la tensión del
poeta, el canto vaciado sobre esa humanidad que vivió y murió en sus manos,
sobre la mesa de operaciones o en el tanatorio. En los pasillos donde se amontonaban
los cuerpos aporreados, heridos, moribundos, muertos, ingrávidos, apretujados,
desolados.
Dos en cada camilla. Hombres y mujeres
en cruz. Hacinados, desnudos, pero sin dolor.
El cráneo abierto. El torso partido a la mitad. Los
cuerpos
Pariendo por última vez.
Cada uno llena tres bacines; desde el cerebro hasta
los
testículos.
(…)
El resto, en ataúdes, limpios recién nacidos;
piernas de hombre, torsos de niño, pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que solían prostituirse,
algo yaciendo allí, como salido de un solo útero.
4.-
La traducción de
Rojas Pachas ajusta otras en las que cierta opacidad no permite mirarse en los
ojos hundidos de un cuerpo, de la ausencia, del poema que nos ladra en las
manos, del texto que nos amarra al dolor del otro, a la muerte del otro, a la
mirada del médico que luego escribe para no desaparecer con los cuerpos o almas que tocó.
Alberto Hernández: Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Tiene un postgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar y fue fundador de la revista Umbra.Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989),Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) eIntentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999). Reside en Maracay, estado Aragua, Venezuela, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.
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