OJO POR OJO: GUINDA PEPINO GUINDA, YAKUZA Y LA VIDA DESDE EL FONDO DE UN SALÓN CON TRAGAMONEDAS
OJO POR OJO: GUINDA
PEPINO GUINDA, YAKUZA Y LA VIDA DESDE EL FONDO DE UN SALÓN CON TRAGAMONEDAS
Por Rolando
Martínez Trabucco
Yakuza (Cinosargo 2014) de Francisco Ide Wolleter
<<Abandoné la familia /
por un ciber con tragamonedas / y sushi en el infierno>> Así entramos
en Yakuza: un conglomerado de textos sólidos que bien podrían definir la obra
como un solo poema. Un poema por cierto, donde la violencia no aduce al acto
mismo de la sangre, sino que deviene de las formas con que el autor refleja la
pérdida del amor y el desarraigo. A través de la inserción de símbolos e imágenes,
algunas propias de la memoria, otras quizá fruto de un aire cinematográfico,
Francisco Ide es capaz de redimir el significado que oculta la figura de un
dragón o un pez koi, en esa caligrafía que trasciende en la historia y en la
piel con formas espejeadas, luminosas y capaces de dar vida a gran número de
escenas no tan violentas como conmovedoras. Rige esta especie de simbología, un
mundo hostil que es propio de aquellos seres exiliados, y que funciona bajo el
precepto del hierro, del filo, de los shurikens,
conceptos que en rigor no tienen más sentido que el de acompañar el extravío o
el desvanecimiento del lenguaje propio <<Ya no habito el lenguaje capaz de nombrar ciruelos y katanas
indistintamente>>, o el trazo de muerte que arroja sobre el papel la idea
de la nostalgia y la pobreza. Pero qué es el rigor en estas calles gobernadas
por inmigrantes, fuentes de soda, salones tragamonedas con olor a tempura o
cíber cafés: tal vez, tan sólo la dureza con que trascienden los cuerpos (El
tiempo que es una pistola, una katana con la que se troza una sandía
sudamericana).
La soledad tiende a ser en estos poemas un conjuro, un pacto que
emprende el hablante con la realidad, realidad a ratos trastocada pero llena de
espacios donde cobran fuerza y significancia los delirios propios de la
experiencia humana, cuestión que en la obra aduce a una belleza cruda y sin
impostaciones, y que asimismo sucede en los espacios donde nunca existió, o al
menos, donde nunca ha querido ser fotografiada << Sorbo la cerveza por los
colmillos / exhalo el humo / volutas de sangre escupidas sobre el agua>> La realidad en Yakuza es, la manifestación de una ruptura,
una escena constante en que la desintegración del ser tiende a forjar un clima donde
imperan símbolos y trazos inherentes al idioma de la expatriación.
No obstante la presencia de aquello tangible como el rasgo menos
esperanzador del paisaje, el clima logra configurar una mixtura, una
composición entre lo brutal e imaginario, un eslabón para con el mundo fantástico
en el que se transcribe <<Tengo la
piel poblada de monstruos sin historia>> o <<El exilio parece un cementerio / plagado de
espectros descalzos>>
Está demás decir, el mundo es una proyección, un ideograma que
encierra imágenes de calles gobernadas
por carritos de fritura, hasta espacios sin nombre donde refulgen las muelas de
los cerdos, o la pirotecnia de un pulpo que se estrella contra las rocas, o el
alquitrán de unas gafas oscuras, o un dragón cuyo cuerpo es un enjambre de
moscardones, en fin, por esta y otras razones, es imposible aproximarse a la
obra de Ide, sin verse entrampado en una lucha para nada decidora con aquella cantidad
de emociones, lecturas o delirios que promueve. Yakuza es, a grueso modo, el
resultado de un libro que a fin de cuentas, es un libro de la vida. Un libro
que además de referirse a la trastienda de, valga la redundancia, seres
marginales en lo marginal como asimismo seres miserables en el fondo duro de la
miseria, retorna al poeta su condición de observador y relator de historias,
cito <<Un poeta coreano dice que
todo poema /es de amor y que / no pensar en la muerte es /no apreciar la vida>>
Más allá de la precisión con que se logra dar con la añoranza, el desvelo,
la nostalgia o el deshonor (cosa trágica, digamos, mortal en el grueso párrafo
de la cosmovisión nipona) el autor plantea una escritura transparente <<Tú eras un árbol delicado / Era precioso ver
la lluvia sobre tu pelo>>, capaz de transmitir e irradiar
significados y asociaciones, ya sea por
la fluidez del lenguaje (que no es en sí su lenguaje sino el tono que logra
esgrimir sobre la voz de sus personajes), como así también, por la
transparencia o el respeto con que se propone evocar, por ejemplo, la génesis con
que llega a dibujarse sobre el cuerpo una delgada cicatriz, o el arte difícil
de invocar a la masacre. Cito: << Un cuerpo sin dedos
ni dientes / flota como cáscara de mandarina>> o
<< Dispararle
con metralla a una sandía en Sudamérica /es infinitamente más realista>>
En los poemas de Yakuza se expresa el dolor (que desde luego no se
vincula con lo físico) como el objeto prístino de la rudeza. Sin embargo es la
inclusión del tema amoroso (aun cuando este se perciba sólo en el plano de la
memoria y el retroceso) lo que define u otorga la condición de universalidad a
una obra que se engorda al deglutir en su interior los temas propios de la
existencia. Amor y muerte, como un dualismo, como una simbiosis que opera desde
el fondo de un frío y oscuro salón con tragamonedas.
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