La porfiada y magnifica resistencia de la provincia rebelde [por Manuel Ormazábal Soto]
La porfiada y magnifica resistencia de la provincia rebelde.
Un acercamiento al libro de poemas, “Raíz de uno, Antología olvidada” (Cinosargo 2011) de Fernando Rivera.
“El mundo de la poesía es el mundo de la pura heterodoxia, de la pura herejía”.
Miguel de Unamuno
Necesariamente para intentar una lectura de la poesía de Fernando Rivera, debo remitirme a la época en que lo conocí, no recuerdo muy bien de que manera fue nuestro primer encuentro en ese lejano año de 1983 o 1984, pero si recuerdo los momentos en que iba a su casa a mostrarle mis dibujos de esa seminal imaginación adolecente. El egresado de Arte de la Universidad de Chile era un tipo de interlocutor difícil de encontrar en el Copiapó de esos años y nuestras conversaciones no solo tocaban temas formales de pintura y dibujo sino de la profundidad Ontológica del Arte y la literatura, podría decir que el en esos momentos se acercaba mucho a la imagen de un maestro Renacentista. Con el tiempo también partí a Santiago a estudiar Arte, en algunas ocasiones en mis vacaciones visitaba a Fernando, ya se habían casado, empezaba a tener hijos y a ser funcionario municipal, forma de vida para mi en esos momentos contraria a la del artista o poeta transgresor, es que yo ya me estaba sintiendo un artista moderno petulante y cosmopolita, es que no quería tener mas que ver con la provincia, ese reducto de lo incivilizado, el olvido y la muerte por deshidratación, inanición y soledad.
“El numen de estos campos es sanguinario y fiero”.
Antonio Machado
En Copiapó existe o existía una creencia, que si uno come el fruto del Chañar no podrá dejar jamás la ciudad y si uno se va regresara inevitablemente, ( ceo que hoy esa creencia, para muchos, ya aparece como muy tonta), bueno yo de niño comí demasiados frutos de ese árbol por tanto después de años he vuelto a restablecerme definitivamente en Copiapó y de paso a reencontrarme con Fernando, recomponer quizás una amistad que yo creía perdida y de paso a devolverle un libro de poesía titulado “de Ezra Pound a Bob Dylan”, libro que el me había prestado hace veintitantos años. Podría pensar que nunca me fui realmente, Copiapó y la visión de la desolación que la rodea atrapa algo tuyo sin la cual tu existencia se trunca y para lograr el necesario reencuentro con aquello es fundamental volver, hundirse en sus simulacros, sostener una historia Natural y cultural que muchos han olvidado.
Pero afortunadamente hay algunos creadores que no han olvidado, que nunca han dejado la región, salvo una vez para estudiar, quizás tampoco la dejen para vivir en otro lado. Es el caso de Fernando.
Este aparente determinismo de no por dejar un lugar podría sonar a un castigo terrible, también a una falta de horizontes o ambiciones, en un hoy en que todo pareciera estar a la alcance de la mano gracias al mundo globalizado que disgrega los contenidos identidiarios en una banalidad insoportable.
“¿Es un hombre o una piedra o un árbol el que se ve a lo lejos?”
Los cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont.
Fernando permaneció en este territorio por lo demás doloroso y silencioso, no se si por inercia, la familia o por una consciente decisión, sin embargo aquí estuvo y creo seguirá estando y ese estando es fundamental para entender en algo su trabajo poético, ya que, me atrevo afirmar de aquello nace la esencia de su obra, es decir la sostenida presencia del lugar, digamos la ciudad, su gente y el paisaje con todo ese universo mítico –histórico que lo cubre y recubre hasta petrificarlo dentro de una sustancia solida y brillante como el Ámbar. Esto significa no solo remembranza sino presencia absoluta y trágica del entorno, pero también lo cómico y absurdo de las vicisitudes humanas, sin mayores adornos ni retorica, simple presencia descarnada de una fuerza que deshace todos los sueños, que denota, a veces, cierta ternura y melancolía. Manoteos ciegos en un lugar que ha perdido sus referentes mágicos, en otras palabras un mundo que Dios ha abandonado a su propia suerte, donde uno recorre localidades y solo ve lo que ha desaparecido, es decir negación y ausencia ante la rápida acción de la muerte, la desazón humana, la transformación urbana y la desaforada explotación minera a gran escala. Desarrollo económico sobre las ruinas de la memoria que aun emana lenta y silenciosamente de las piedras, los añosos pimientos y las dunas mancillada por los JEEP 4X4, dando la espalda a la belleza terrible de la aridez, al dolor retorcido del desierto, sin querer ya afrontar sus esplendidas visiones, que queramos o no, laten aun en sus vacios. Pero afortunadamente están los videntes, los poetas que pueden acceder (y de paso sus lectores) a sus grandes enigmas. De esta manera la presencia de Fernando se yergue, como lo diría Lautréamont , lejana en el horizonte como una piedra o un árbol que resiste los embates de los elementos, la desilusión y el hastío, desapareciendo a veces en el ensimismamiento. Reinvención permanente de una identidad resquebrajada, por lo que hay una fuerza que a enraizado en estos campos a Fernando hasta convertirlo en un elemento irreemplazable en la cultura de Copiapó, cantor principal a esa sequia bíblica que arrastra por milenios. Testigo privilegiado de todo lo que ha sido sepultado y de cierto desarrollo Artístico-literario local, incluyendo sus miserias y retrocesos.
Leyendo sus poemas se percibe una curiosa sensación de antigüedad, no solo por una referencia a una historia personal, los acontecimientos políticos o incluso la voz de una raza fundacional, sino por algo que compete directamente al lenguaje, podríamos hablar de una memoria del idioma que se refleja en una forma de decir las cosas, que delata cierta consciencia responsable del camino poético con la historia de los pueblos. Esto supone manejo de la palabra en términos constructivos, sin caer en academicismos o cierto amaneramiento del llamado tono poético, ya que convengamos que en principio lo poético es una experiencia del lenguaje, incluso la mas alta forma de expresión que puede alcanzar el hombre por intermedio de la palabra, que no explica ni esclarece nada sino que solo agrega su quintaesencia, nuevos entes (los poemas) al mundo vacio de nuestra total confusión endémica, no como algunos creen como un afán decorativo o para lograr cierto prestigio, sino para iluminar de vez en cuando nuestra noche y hacernos ver como el Universo se expande, es decir para acompañarnos en nuestro viaje al gran silencio.
Esa sensación de antigüedad en los textos de Fernando, lo descubrí a propósito de un retrato que se tomo en una vieja estación de trenes de Copiapó, en la penumbra y frente a una ventana dándole a esa imagen la atmosfera de un cuadro Barroco, (Fotografía tomada por Tatiana Mayerovich) Podría ser Rembrandt en ese claroscuro (curiosamente era su apodo en su época de estudiante de Arte) pero también puede parecerse a esos poetas del siglo de oro español, Quevedo, Góngora, Garcilaso, etc. Sin embargo sospecho que Fernando preferiría adherirse a los autores anónimos de esa época, a esos creadores que estaban mas cerca del hombre marginal, del bandido, del vagabundo, los que sobrevivían apenas entre los despojos de un imperio ya derrotado, que se reflejo muy bien en la llamada novela Picaresca, (Lazarillo de Tormes). Esto supone entonces reconocer en el trabajo de Fernando un antecedente social, consciencia política, realismo tragicómico y violento plagado de perdedores, revolucionarios, de locos, de seres feos, tullidos y contrahechos, lejos de todo privilegio y canon ideal de armonía, como los personajes de ciertos cuadros de Murillo y Goya, las pinturas Jackson Pollock, de wols, los poetas Beat, sin embargos todos ellos ahora seres inmensamente entrañables, porque han sido salvados (por lo mismo embellecidos) por el acto creador.
De esta manera al leer sus poemas logro recordar un Copiapó que aun establecía un grado de relación con sus extravagantes personajes, esos locos que deambulaban por ahí, digo El Maquina, El Leonel, la mujer desaliñada que caminaba por las calles escribiendo cartas etc. Donde cabían por cierto el judío errante y el Bukowski de Fernando. Hoy esos locos no es que hayan desaparecidos sino que ya no los vemos, el sistema se ha encargado de invisibilizar todo lo que no entra a su control, incluso a nuestro mismo desierto, único lugar que se acerca a lo virgen y lo transgresor, donde aun es posible un dialogo fluido con los reflejos de otra época, sin intermediarios ni efectos especiales. Pero para algunos ese dialogo con lo que esta fuera de la norma y con lo que no existe o ha existido no lleva a ningún lado (no es rentable), pero creo sentir que Fernando con sus textos nos este diciendo que es necesario un reencuentro con esa dimensión irreductible de la existencia, evitar la mecanización de la vida contemporánea y sus falsos mensajes de mesura, bienestar y estabilidad, haciéndonos creer que la razón (hoy disfrazada de economía de libre mercado) es lo único que nos libera. De esta manera cuando la literatura y el arte adhieren a esa maquinaria se traicionan. Con respecto a esto el filosofo Francés George Bataille dijo: “Una conformidad general de la vida de un poeta con la razón iría contra la autenticidad de la poesía. Por lo que nos arrancaría a la obra una cierta condición irreductible, una violencia soberana, sin las cuales la poesía quedaría mutilada.” Si bien esta máxima constituye un extremo ya que la razón y lo irracional constituyen fuerzas en conflicto que es necesario hacer volver a su estado original de hermandad y colaboración. Por lo mismo reconocemos en el trabajo de Fernando aquello violento de la vida humana por ese choque con los acontecimientos y un territorio en ciertos momentos incompresibles, pero aún con las fuerzas para la parodia, la resistencia y lo épico, sin negar además que en su propuesta poética hay algo reposado, reflexionado un razonamiento, podríamos decir, ya justo que hace que su trabajo alcance un aspecto independiente, libre de las modas y sus rebuscadas piruetas que buscan la sorpresa. De esta manera lo que aparece en sus poemas es la sensación de una cotidianidad singular casi inmemorial. Una búsqueda meticulosa del concepto justo y la construcción exigente, que lo sitúa en una especie de bastión rebelde nunca tomado, nunca abandonado como su tierra, la provincia. Así su escritura supone la superficie de lo patético, lo heroico y el abismo cosmogónico en curiosa armonía.
Así el Judío errante es a la vez el minero suicida, el abuelo colocolino, el rebelde de Chañarcillo (que en consecuencia son el mismo Fernando), todos errantes por un territorio maldito en búsqueda de aquello sagrado que ha desaparecido en su horizonte confuso, pero esta aún la sombra de lo Divino, sus residuos, en fin el sueño del camino místico y la redención que esta vez lo asume la poesía.
En el proceso de intentar escribir este texto, llego a mi casa un Hombre a pedirle a mi Padre una cruz de tres metro, según el de regalo para una animita. Traía los pinos de 2x6 sueltos, solo había que cortar, lijar y ensamblar, bueno el momento en que habían que cruzar los maderos, nos preguntamos mi Padre y yo por la proporción exacta de los brazos y la cabeza de la cruz, en ese instante me acorde de la película de Martin Scorsese, “La ultima de tentación de Cristo”, (adaptación de la novela del mismo nombre de Niko Kazantzakis), allí había una escena en que Jesús, interpretado por Willem Dafoe, estaba en su taller de carpintería fabricando una cruz y que para lograr su proporción precisa, se colocaba en esa estructura de troncos en la posición de un crucificado, en una clara actitud sadomasoquista. Así con esta referencia con mi Padre solucionamos el problema. Luego pensé en el judío errante de Fernando y más precisamente en aquel poema en que se especula por el real oficio de este triste personaje, por lo que hoy le diría a mi amigo que podríamos agregar… “hacedor de cruces”.
Manuel Ormazábal Soto
Copiapó junio 2011
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