Presentación de La Danse Macabre de Tito Manfred (Editorial Cinosargo, 2010)

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Presentación de La Danse Macabre de Tito Manfred

(Editorial Cinosargo, 2010)

Por Gonzalo David


(Valparaíso, 24 de julio de 2010)



“El amor entre pacientes siquiátricos

tiene consecuencias nefastas”

(una película que no recuerdo su nombre)


“Sólo por las malditas se da la vida”, leí hace dos años en una revista electrónica de cultura y vanguardia. Su autor era un joven poeta ariqueño que al parecer conocía bien este síndrome terrible de intentar usar un traje de superhéroe que nunca queda a la medida. Con el tiempo supe que su nombre era Tito Manfred y sus poemas se convirtieron en mi banda sonora para esas madrugadas del abandono en las avenidas de nuestras frías ciudades en llamas. Con el tiempo supe también de Gabriela y esa trampa macabra de la Internet que transforma “las formas para poner fin al dolor” en un “manual para suicidas sublimes”, pintando un arcoíris monocromático en el cielo de Arica a Puerto Montt y en el hipervínculo de Google a Blogspot. Mucho después, Tito me contó que estaba escribiendo La Danse Macabre, un libro inédito que parecía el guión de una película filmada en VHS, la hoja de ruta del viaje en bus por las imposibidades geográficas de esta “larga y angosta faja de angustia”. Me dijo que junto con la edición preparaba una serie de lanzamientos por Perú y el norte de Chile, con el único fin de llegar al corazón del corazón de su Clementine en la Décima Región, porque cuando uno dice “podría morir en este instante”, ya no se puede conformar con el olvido.

Como diría Donoso, Manfred “no es un tipo clever, no le interesa serlo, sólo es el niño enterrado en el fondo del patio de su casa”, inventando pretextos ante la idea de que su chica suicida no lo quiera nunca más.

“Sólo por las malditas se da la vida” fue nuestra bandera de lucha en estos años de escrituras emergentes con emergencias de publicar, en el desamparo del circo pobre que es la joven poesía chilena actual, justificando nuestra rabia en 80 páginas papel bond y una portada papel couché que a nadie le importa, en versos torpes y errores ortográficos, que no nos trajeron ni arrojaron de esa eterna soledad.

Si propuse presentar La Danse Macabre en el Puerto, fue como excusa para tirar los ejemplares y las ideas al mar y reescribir el final de la historia más cinematográfica que he escuchado hasta ahora, imaginando que por unas horas estamos pisando las calles de la misma ciudad, botando el traje de superhéroe y quedándonos como el pequeño tailandés en medio del incendio, esperando que aparezca Spiderman o la Superchica para tender los brazos y dejar la hoja en blanco.

Es un peligro hablar en este momento de “generación” y “liderazgo”, pero a pesar de eso estoy seguro que Tito Manfred tiene todo y, paradójicamente, carece de lo suficiente para convertirse a mediano plazo en uno de los patriarcas de las nuevas sensibilidades latinoamericanas y en referente para su público adolescente, en el santo patrón heredero de las poéticas tartamudas y violentas del guatemalteco Alan Mills y de la chilena Gladys González, en el prócer legítimo de esta nuevísima independencia de la Patria S.A.



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