Sobre El Inventario de las Naves de Alexis Iparraguirre Por María José Viera Gallo
Sobre Inventario de las Naves Por María José Viera Gallo
Unos días atrás, leí en el muro de Alexis la siguiente declaración: “el
verdadero buen momento es el de los poetas”.
Inmediatamente salté. Soy narradora. Alexis también, y para colmo del
género más ortodoxo de la narrativa: el cuento. Cuando un narrador mira para el
lado, algo está pasando. Y bueno yo quise averiguar qué le pasaba a Alexis con
su fatiga hacia la narrativa.
La respuesta la encontré en su libro, El Inventario de las Naves, cuyo título es desde ya una declaración
de amor a la poesía, en particular al más grande y misterioso poeta de la Antigüedad,
Homero y al Segundo Canto de la Ilíada (Alexis puede contarles más sobre lo
fascinante de la cita y el por qué).
Ahora, en defensa de la
narrativa, voy a decir que El Inventario de las Naves es uno de esos
libros perfectos para taparle la boca a quienes creen que el cuento ha muerto. Estos
7 cuentos -número mágico- son una
reivindicación del poder infinito de la ficción, una constatación de que sí es
posible liberarla de sus varias camisas de fuerzas, devolverle su poder de
experimento y no de fórmula, y buscar en la fantasía extrema esa salida que
muchas veces no encontramos en el realismo.
El libro se puede leer como una epopeya posmoderna, una aventura de
ciencia ficción, un juego de realidades, pero yo me quedo con la idea más
simple quizás, de que se trata de una historia de formación o coming out of age, también bautizada en
alemán, como billdungsroman, contado
en clave de pesadilla fantástica.
El viaje interior de esos personajes adolescentes y niños ocurre en un
espacio y un tiempo sin referente, un no-lugar llamado El barrio de los sueños perfumados, que bien
podría ubicarse en Perú o en otra parte. Son chicos marginales ya
sea socialmente o anímicamente, Los olvidados de Buñuel de la generación de
los 90s, enfermos, videntes, santos, y consumidores de una droga que, más que abrir la percepción, trastoca
todo la realidad entera y, por lo tanto, nuestra percepción y lectura.
La vida al borde de estos personajes
se ve transformada primero por la espera de la llegada de un huracán y luego
por sus efectos devastadores. Es la metáfora de una generación chilena,
peruana, latinoamericana, que espera algo (¿el bienestar económico?) y llega el
desastre (una nueva forma de injusticia social). A partir de esta expectativa
adolescente, la paranoia domina todos los estados de ánimos, y los chicos se ven
obligados a sobrevivir en el caos, a crecer en un limbo de rituales, entre
profecías de tarot, sueños, sacrificios personales y asesinos en serie.
¿Cómo
contar el apocalipsis de una década en 7 cuentos?
Voy a confesar que el tema del fin del mundo
siempre me ha fascinado desde que siendo chica vi The day after, que seguro Alexis también vio, sobre la bomba
atómica, y después, de adulta leyendo La
carretera de Cormac Mc Carthy o viendo Melancholia
de Lars Van Trier.
Gracias a estas obras descubrí algo muy obvio y
biblíco: que la única manera de narrar el fin del mundo o de la idea de
humanidad, es a través de visiones, es decir, robándole a la poesía lo que
mejor tiene.
Es lo que hace Alexis.
Meternos en su versión alucinada y poética del apocalipsis moral, cultural de
nuestras juventudes sin nunca darnos una explicación.
Todo empieza de manera muy
clásica, a través del reflejo de un espejo. Una chica llamada Mónica siente una presencia masculina y termina
mimetizándose con ese ser cual Laura Palmer. De ahí la deconstrucción de la
realidad solo irá in crescendo; hay un chico adorable que vive con un enano, unos detectives tipo
Law And Order que investigan una serie de asesinatos caníbales guiándose por “La
Iliada”, (en El inventario de las naves) y un viejo que tiene sexo con una chica frente
a su esposa (Proximidad del Huracán) y un adolescente perturbado que tal
como en un juego de video se pone a dispararle a los sobrevivientes (El
francotirador).
Lo que emociona es lo mismo que alucina y creo tiene que ver cómo se va
presentando los distintos niveles de realidad, con salidas inesperadas, y
finales que se van deshaciendo, incluso frente a nuestros ojos, en tiempo real.
El efecto es como el de un hoyo negro.
El autor se la juega en varios sentidos, pero sobre todo plasmando su
mundo personal en estos cuentos, sin importarle cuan peruano pueda ser el
resultado. Están sus obsesiones, lecturas, excesos meta-literarios, pastiche de alta y baja cultura, clásicos y
pop, citas que espantarían a la misma Maria Kodoma, quien por lo demás aparece.
Es que si la generación de Alexis, que es a la mía, pudo salvarse sin
naufragar fue justamente gracias la autoeducación que sostuvo a solas, o entre
amigos, buscando aquí y allá lecturas y películas como salvavidas, al margen de
un sistema frenético y poco permeable.
Quiero mencionar, en especial, el lugar que ocupan los sueños. Los sueños son como mal vistos en la literatura, entre
difíciles de justificar, o considerados caprichosos, pero en este espléndido
libro, ocupan un lugar importante, vital.
Los sueños son un triunfo del inconsciente del cuento por sobre su
conciencia.
Para qué hablar de los símbolos.
¿Qué simboliza el huracán y esta juventud devastada? Quizás la Colonia, Fujimori, la globalización, el imperio
Falabella, la caída de los héroes y la crisis política, la paranoia
económica, el fin de nuestra convivencia
y los 90s.
Lo que presenciamos es el fin del mundo o el fin del Perú, pero sobre
todo la muerte espiritual de una generación que no alcanzó a crecer, a conocer
la civilizada vida adulta.
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