Trilogía de Puerto Peregrino de Oscar Barrientos Bradasic: Lo que se viene en Cinosargo
PRÓLOGO
PARA UNA TRILOGÍA NECESARIA.
Reunir en un solo volumen, tres
libros de relatos con un hilo conductor común, el poeta Aníbal Saratoga, cuya
irrupción en el imaginario literario de este largo país de desastres marca,
desde ya, un hito importante en nuestra narrativa, me parece no sólo digno de
aplauso sino que reconocer la necesidad de marcar un territorio casi
inexplorado. La creación de un personaje común a varios relatos y de un lugar,
–ni siquiera a la Faulkner y menos
aún a la García Márquez–, cual es el improbable Puerto
Peregrino, con una geografía bien determinada, no es algo común en la narrativa
chilena. Por supuesto que contamos con escritores como Ramón Díaz Etérovic que
se hace cargo, en la más completa tradición de la novela negra, de un personaje
entrañable, su detective Heredia y su gato Simenon, pero la trama siempre
ocurre en Santiago y lugares tutelares como el Bar Plaza o las galerías
alrededor de la Plaza de Armas y una geografía cercana. En el caso del
escritor, también magallánico, Oscar Barrientos Bradasic, la invención es
completa, aunque uno no deja de sentir un olorcillo a su natal Punta Arenas con
sus ríos terminales, los cantos de las sirenas en algún lugar donde el viento
corre más fuerte, y al Estrecho, insondable y hosco y desafiante.
Hay otra cuestión en esta
trilogía de Puerto Peregrino, y que tiene que ver con el lenguaje y con el
estilo, cuestiones tan poco cuidadas en la narrativa actual de nuestro país,
con honrosas excepciones, claro. Sí, podríamos decir con Bolaño que por un lado
existen los “donositos”, pero también, y siguiendo su idea, existen los
“bolañitos”; alguna vez fueron los “cortazaritos” o los “garcíamarquesitos”. Lo
que no quiere decir que esté mal tener o “sufrir” sus influencias, puesto que
hay que partir de alguna parte, claro, sobre todo cuando es se es joven, recién
se comienza y no se es Rimbaud ni Etiène de la Boétie.
Y eso siempre es así, pero en esas
fórmulas provocadoras a partir de Bolaño, por cierto, de algún modo se dice lo
que ocurre en la República de las Letras de este lado del mundo (y lo dice
también de lo que ocurrió con los “neruditas”, los “hudobritos”, los
“telliercitos” y los “parritas”… algunos “zuritas”). En ese sentido, Barrientos
es casi un caso aparte y original. Podríamos decir que hay, indudablemente, filiaciones (esto es, esa hermandad que
se siente con un autor, encontramos que está diciendo algo que me llega a lo
profundo, sea prosa o poesía); alguna vez comentamos con uno de mis editores
que prosista que no ha leído y tratado de escribir poesía, no tendrá nunca,
lamentablemente un prosa (poética o no) que hará agarrar al lector de las
solapas o sencillamente hacerlo sonreír por un placer sólido de lo que hay allí
y con ciertos vuelos hacia el país de las evocaciones.
En
filiaciones, discretas y sustiles,
sospecho que una grande es aquella que comparte con el gran escritor colombiano
Álvaro Mutis, y sus sagas del entrañable Maqroll el Gaviero. Pero su estilo, el
de Barrientos, le es tan propio que podría uno reconocer un relato de este
autor sin jugar a las adivinanzas.
Porque a veces Barrientos
tensiona al lenguaje hasta el extremo del barroco o del delirio, de la prosa y
la poesía lo cual le da una fuerza inusitada a su narrativa. Cuando ese
barroquismo bordea peligrosamente la exageración, allí surge el delirio de la
historia para salvarlo, del mismo modo que a la inversa. Allí también, sospecho
otra vez, hay una filiación, esta vez
con el grande poeta Pablo de Rokha. Es decir, Oscar Barrientos Bradasic trabaja
con un material atávico, aparentemente desordenado, fragmentario pero que nos
lleva al tratamiento cuidadoso y sugerente del lenguaje, a pesar de su
nomadismo evidente no sólo por mares reales o soñados, y de su pesimismo innato
que, como lo dije alguna vez, junto al desencanto y la lucidez «se conjugan como un juego de máscaras o
de sombras que nos llevan a reconocernos en cada uno de los personajes que
pueblan estos relatos, siempre del lado de las pequeñas historias o de los
perdedores: "ya que sólo desde el fracaso se puede escribir la historia de
la lucidez"», dice por allí.
La
narrativa de Barrientos, bien se relaciona, qué duda cabe, con aquello que
definían como “literatura menor” los filósofos Deleuze y Guattari en “Kafka, por una literatura menor”, en el
sentido de un cuarteto de cuerdas, de un dúo de piano con viloncello, de un
trío de clarinete de contrabajo y coz, por ejemplo, es precisamente, intensidad
más que representación, expresión más que impresión, metamorfosis y el
heracliteano perpetuum mobile –lo
rizomático, en suma.
En ese sentido regreso a lo que dije más arriba, no hay hasta el momento
un grado de fabulación o de imaginario desbordante en nuestro país, como el que
presenta el magallánico Barrientos Bradasic, sí, tal vez hay otros (Pilo Yáñez,
por ejemplo). Por otro lado, o por el mismo, en ese elegir lo “Peregrino” como
nombre y norte de todo lo que ocurre en esta trilogía necesaria, es desde ya una invitación al nomadismo más
intransigente, a la danza más cálida y turbulenta, porque ese “Peregrino”
también tiene la levedad de lo pasajero
(como lo que ocurre en los puertos o en los andenes de tren) y se planta allí,
frente a nosotros, como “idea peregrina”, lo que tiene que ver con lo
antojadizo, con lo que no tiene justificación ni la necesita, con el mero
capricho de lo dionisíaco.
Para
terminar, y sólo para estimular a los lectores a partir de las filiaciones de nuestro autor, querría
compartir dos hermosos párrafos de Álvaro Mutis y de Pablo de Rokha
Si no sonara absurdo, yo le diría que me voy
porque no soporto más el ruido que hacen los vivos (Álvaro Mutis; Tríptico de Mar y Tierra; Cita en
Bergen)
Las lluvias inmensas los gotean
tremendamente con latigazos de invierno terrenal, ellos, los muertos, inmersos
en lo infinito, que se parece a las aguas oscuras de un mar deshabitado, no
escuchan la tempestad de la Humanidad, ni aprecian las goteras (Pablo de
Rokha, Fragmento de Infinito contra
Infinito; Llanto del Mundo Agonizante)
Desde aquí y del despliegue de la historia humana, sospecho que nuestro
escritor se pone del lado, pues, de los perdedores, de los derrotados, de los
tristes, de los que apuestan todo a la baraja de la fabulación y de la vida.
Cristián
Vila Riquelme
Colina
el Pino, La Serena
Marzo
de 2015
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