En Guerra con Chile/En guerra con el discurso oficial [Por David Ortiz]


En Guerra con Chile/En guerra con el discurso oficial

Texto de la exposición hecha en el lanzamiento del libro En Guerra con Chile de Víctor Munita en el museo Mineralógco de Copiapó el 21 de Noviembre de 2013.

Por David Ortiz*

En el libro de Munita se cita a Roland Barthes, gran pensador francés de mediados del siglo XX, “Los demonios si son de lenguaje, (¿y de qué otra cosa serían?), se combaten con el lenguaje”.

Eso me llevó a otra idea de Barthes, y que citan en otro libro titulado Manual de Guerrilla (1) de la Comunicación, de Luther Bliseet y Sonja Brunzel, que tienen como intención esquematizar un desorden de los discursos del poder a través de “bombasos semánticos”, que alteran los significados de los discursos oficiales cambiándoles el sentido con humor, performances, arte y acción política simbólica. La cita dice sencillamente “¿Acaso la mejor subversión no es alterar los códigos, en vez de destruirlos?

Precisamente en esa intención, creo yo, podríamos clasificar las ideas representadas en este libro. En la Deconstrucción de la historia oficial, del discurso oficial. No es una destrucción, sino que una reinvención, un reordenamiento de las ideas que nos permite ver otras realidades. No solo destruye demonios, sino que también hace aparecer demonios nuevos.

Y es que los discursos son una interrelación de ideas, que se tejen como en un chal. De ahí la idea de lo textil, asimilado a lo textual. También dice que las ideas se tejen usando el hilo de las palabras. Y que además pueden terminar convertidas en banderas azules con estrellas amarillas o libros de historia con indígenas borrachos e hidalgos caballeros con acento español que vienen a ennoblecer y civilizar el Reino de Chile.

¿Qué se teje en este caso, cuando se arma el gran tejido de la historia de la Nación? Pues obviamente una interrelación de ideas que son proclives a una forma de pensar, expresados en símbolos, en palabras.

¿A qué voy con esto? A que el lenguaje nunca es inocente. Esconde pensamientos que no salen a la luz a la primera. Que están escondidos en este tejido que se puede poner de tal manera, que termina por opacar y desenfocar otras realidades, realidades muchas veces incómodas.

Entonces, cuando desarmamos este tejido de ideas, nos damos cuenta de varios componentes que en una primera mirada no logramos identificar.

A su vez en una estrutuctura mayor, los textos se van interrelacionado y arman otro tejido, uno más grande. Sumando las pequeñas ideas que conforman a los tejidos de palabras menores, hasta crear una idea mayor que se va reproduciendo a sí misma.

En el caso de la historia, de la historiografía, en el siglo XIX con el surgimiento del estado moderno, la idea de nación y el racionalismo; nació una tendencia que buscaba fundar el estado en un tejido de ideas que mezclara la razón, la pasión y colectivismo. Esto mayormente en Europa y América.

Y para mezclar estas tres ideas es necesaria una épica. Y eso se construye sumando un montón de relatos, de textos, que tejen a su vez una historia mayor.

Esa historia de historias, para que sea funcional al estado, debe tener los elementos que dije recién. 1.-Ser racional, es decir con una lógica concreta, basada en hechos. 2.-Ser apasionada, es decir que tenga una épica, que posea un héroe, adversidades y tragedias que sean interesantes de ser escuchadas. 3.-Por último un sentido de colectividad para justificar así todos los elementos del estado, por ello son los las masas las triunfantes y los héroes ensalsados con excesivo condimento. Esto constituye un eje fundacional.

Pone las bases de una historia de la que un montón de personas se hace parte y creen que son al mismo tiempo de un triunfo o una epopeya de la que todos, aunque no hayan ni siquiera nacido, se sienten que aportaron algo.

¿Quien sale favorecido con esto? El estado que crea esa idea de unidad, y los que se benefician con ese estado: La Élite. Entendiendo por élite en este caso, lo que un teórico holandés llamado Teun Van Dijk, señala como “grupo en el que cada uno de los miembros tiene poder sobre otros grupos sociales. Esto en distintos spacios (campos) y se define en el grado de dominación -potencial o real- que ejercen sobre  las acciones o cotexto de los miembros de otros grupos”.

En este caso la capacidad de articular un relato sobre la historia. Ese acceso privilegiado a la construcción textual del discurso público y que tiene efectos reales sobre las mentes de los dominados. Todo ello, como decía recién, metido en una Historia. Una Historia oficial, conveniente al estado nacional y que la cuenta la élite que lo domina. Donde se usa un discurso que suena serio y objetivo, pero que esconde una subjetividad, un punto de vista que se enmascara en un discurso que suena imparcial. No solo es importante lo que se cuenta, sino que también el cómo se cuenta.

En el caso de En Guerra Con Chile, el libro de Víctor que tenemos aquí, hay una alteración de ese discurso oficial que se logra de una manera muy inteligente. De partida el libro no se llama en Guerra con Perú y Bolivia, sino que justo al revés. Ya se subvierte desde el título la mirada que nos heredaron la historiografía oficial, que busca conservar la justificación del enfrentamiento bélico.

En Guerra con Chile, es una clara interpelación a las ideas que tenemos de la épica de los que nos describieron en la historia. Una que cuenta como una sencilla e insignificante anécdota las vidas consumidas de los chilenos pobres, los bolivianos pobres, los peruanos pobres y los chinos pobres. Todos carne de cañón para la repartija hegemónica de la zona en ese momento.

Hay demonios. Tal como se hace el guiño con la cita a Roland Barthes. Demonios feos. Se llaman amputaciones, violaciones, saqueos. Demonios que el discurso oficial no necesita, así que no los genera. Simplemente los echa a un lado  y les pone un poco de carbón encima, para que no los vean en el averno.

En este libro, Munita toma el discurso oficial de la historia y lo deconstruye para mostrarnos otra visión de la guerra. Aparecen imágenes demoniacas al tiempo que bellas, al momento de imaginar las realidades plausibles del cotidiano de los hombres, mujeres y niños que conformaron los pelotones de combate.

Personas con sus vivencias, temores, salvajismos, amores. Los personajes de una épica oculta por la estructura del tejido oficial, que lo tapa con el género rojo y la estrella amarilla del batallón atacama, con la bandera chilena y el kepí roji azul.



Aquí el tejido de ideas en el discurso de la historia oficial se toma, se desarma y se rearma de otra manera. Se destruye el lenguaje y la estructura de la historiografía, que posee formas determinadas hechas para parecer imparciales.

Ese lenguaje narrativo, que busca legitimarse bajo una falsa máscara de objetividad, es deconstruido y aparecen nuevas personas, nuevas formas de contar las experiencias a través de otro lenguaje uno muy distinto: uno literario, no condicionado por estructuras narrativas que buscan tejer ideas reales seleccionadas con filtro. Sino que libre. Esas estructuras de las palabras, que no dan cuenta de las personas, sino que sólo de personajes ensalsados como mucho condimento.

Aquí se va más allá. Hay dibujos, interpelaciones al lector, imágenes reales de gente que estuvo en la guerra y que nadie rescató su experiencia. Gente que vivía un poco más allá en la calle Chañarcillo o en Calle Atacama que poco ganó con la guerra. Salvo una protesis artesanal.

Nunca te queda la claridad de si estás enfrentándote a una realidad o a una ficción. Eso es otro valor de este libro. Esa ambigüedad que resulta muy entretenida, ya que entre imaginación y realidad se crea un diálogo my interesante de desenmarañar.

Considero que esta obra es muy actual en el sentido de que cuando vemos manifestaciones chauvinistas del norte de Chile, como lo de esa fracasada marcha contra los inmigrantes en Antofagasta, este libro entrega elementos que nos ayudan a repensarnos para desmoronar algunos mitos. Por ejemplo ¿Quienes eran los inmigrantes en Antofagasta el año 1870?

También invita a generar nuevas dinámicas en la relación intercultural. Cuando escuchamos cosas como, “que ha llegado tanto extranjero ahora, nunca se había visto”. Cabe preguntarse por los inmigrantes en la otra california del siglo XIX, la que se vivió acá en Atacama, la que trajo a personas chinas, inglesas, irlandesas,  italianas, bolivianas.

Allí también se da esta idea de subvertir. Y donde creo que es más evidente es con la idea de la interactividad. Si hay algo que se tiende a considerar “inmaculado” es un libro, quizás por la connotación de misterios y divinidad que nos dejó el libro más vendido de todos los tiempos: la biblia.

Munita acá nos invita a rayar el impreso. Te pone en jaque al empujarte a tirar rayas en el libraco. Por momentos te preguntas si el autor te está agarrando pal webeo. Luego recapacitas y lo rayas con un lápiz grafito. Una opción intermedia, onda “lo rayé  pero lo puedo borrar”.

Hay mucho humor. Humor negro. Una interpelación al lector, para que se de deje de joder con ser un mero receptor de ideas y que cuestione. Una apuesta que hizo Cinosargo con este libro, que vale la pena detenerse a analizar.

En Guerra Con Chile, se va más allá de la esfera netamente estética de la poesía. Esa que busca en la escencia de lo humano, lo íntimo, lo trascendental, lo cotidiano duradero... aquí están todos esos elementos presentes, pero van sumados a una visión política, es decir de ordenamiento de la sociedad sociedad. No como una propuesta, sino que como una invitación a repensarnos en lo que creíamos saber de nosotros como conformaciónd de sociedad y nación.

No es un efecto espejo ni mucho menos, tampoco hay un gesto moralista bien intencionado. Aquí hay un desorden que como he reiterado en esta exposición, que creo yo, logra desarticular por momentos el gran tejido y entramado de ideas de lo que nos enseñaron por Guerra del Pacífico.

Ahí está su fuerza estética, acompañado de una técnica desarrollada por años en el trabajo de todos los libros anteriores de Víctor que desembocan en una obra accesible a todo público que cache algo de la historia común de Chile, Perú y Bolivia.

Aquí se dan vuelta las palabras, los símbolos del poder. Y cuando uno da vuelta las palabras aparecen nuevas realidades posibles. El tejido se desarma y se ve diferente, a veces malentencionadamente porque cambiar el orden de las palabras, altera el producto de la oración. Recuerden que No es lo mismo “Ya Atraqué el Yate” que “Ya te atraqué”.



*David Ortiz: Periodista de Radio Bio Bio, colaborador en The Clinic. Miembro de la Sociedad de Escritores de Copiapó.


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