Entrevista con Juan José Podestá: Ciertas geografías se filtran en la escritura


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“JAMÁS ME ABURRÍ DE MIRAR EL DESIERTO CUANDO VIAJO EN BUS”, DICE CUANDO SE REFIERE A SU RELACIÓN CON EL TERRITORIO. DESDE LA ABRASADORA SOLEDAD DEL NORTE GRANDE, EL ESCRITOR HABLA DE SU NUEVO LIBRO, “EL TEMA ES COMPLICADO”.
Por Marcela Küpfer C, editora de Narrativa Punto Aparte
Quedamos de juntarnos con Podestá en un bar de la calle Baquedano, en Iquique. “Es Mi Otra Casa”, me advierte. Allí lanzaríamos dentro de unos días su primer libro de relatos, “El tema es complicado”, y sería también el lugar donde conocería en persona al escritor del norte grande. Llevábamos meses de trabajo a distancia, editando los textos, eligiendo portadas, atravesando por ese único e irrepetible proceso que antecede a la publicación del libro.
Para llegar al punto de encuentro, debí caminar varias cuadras por la calle Baquedano, en pleno centro de Iquique.  Las contradicciones que había percibido en la entrañable ciudad –donde todo parece arrojado donde cayó, sin mayor planificación- se hicieron más patentes en esa turística arteria, una postal ciertamente vistosa del antiguo puerto salitrero:  las fachadas de las antiguas casonas lucen bien restauradas, no hay cables que molesten la vista, ni perros, ni graffitis. Pero una observación más detallada lleva a concluir que varias de esas casas patrimoniales están deshabitadas o mal conservadas detrás de los coloridos muros de entradas.
Ya en la mesa del bar, Podestá confirma mis sospechas. Hay que creerle: él es un gran conocedor  de la ciudad. Por una anécdota de la vida, nació en Tocopilla, pero desde mediados de los ’80 vive en Iquique, donde comenzó a forjar su vínculo con la literatura. Un paréntesis de una década lo alejó del desierto, pero hoy está de vuelta, escribiendo, organizando y participando en encuentros literarios, y trabajando como periodista en el diario local, donde recoge de primera fuente gran parte de la textura de la urbe.
Parte de eso ha quedado plasmado en “El tema es complicado”, el libro de relatos con el que Juan José Podestá debuta en la narrativa. Antes había publicado el poemario “Novela negra”, por la editorial independiente Cinosargo, de Arica. Los cuentos de “El tema es complicado” no sólo hablan de Iquique y Tocopilla y el desierto: también lo hacen de Santaigo, de Valparaíso y de aquellos lugares difíciles de definir que habitan dentro de cada persona.
-¿Te marcó –literaria y personalmente hablando- crecer y vivir en el desierto?
-Me parece que sí. Este tipo de cosas sólo va tomando forma con el tiempo, porque no se es consciente de ellas hasta cierta etapa en que, madurez mediante (o lo que uno cree que es madurez), revisa influencias, el porqué de ciertas cosas, lecturas, conductas, en fin. Tocopilla (donde nací) está rodeada de cerros, e Iquique (donde vivo hace más de 20 años) es un desierto, y la imagen despoblada de un arenal persiste en la memoria.  En la mía, digo. Yo jamás me aburrí, y no lo hago aún, de mirar el desierto cuando viajo en bus. Me  consta que para otras personas es insoportable, o al menos lo evitan si pueden. Me gusta el desierto, y me gusta la literatura que lo evoca. Respecto de mi propia producción, creo que el desierto se va abriendo paso en mi imaginario, y me gusta que sea así. Probablemente una voz literaria se vaya afincando en ese lugar.
-A pesar de que tus relatos reflejan la impronta del territorio –el desierto, en algunos casos; Valparaíso o Santiago, en otros-, creo que, a diferencia de otros textos provenientes de regiones extremas, en tu narrativa no se percibe ese antagonismo algo odioso entre centro y provincia, o esa especie de chauvinismo que genera a veces el lazo con la tierra. Desde el punto de vista literario, ¿qué importancia crees que debe tener el territorio en la obra de un autor?
-El territorio literario, mental si se quiere, de un escritor, es el que él desea que sea, pero a todas luces se ha subestimado el valor del territorio geográfico en la producción literaria de un autor. Opino que uno carga con ciertas geografías, que de una u otra manera se filtran en la escritura. Ahora bien, no creo que un territorio físico “deba” tener importancia en un trabajo literario, simplemente la tiene, a pesar del autor: está ahí, como una marca, una señal. Y hablo de autores que han vivido en medio mundo y otros que jamás salieron de su provincia.
LITERATURA, MERCADO Y PODER
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-“Declaración de rechazo”, el cuento que abre el libro, es una abierta sátira sobre aquellas prácticas que pretenden institucionalizar “lo literario”. ¿Hay, debajo de la capa de humor negro, una declaración más política de tu parte sobre el tema?

-Efectivamente. Hoy más que nunca, cuando el mercado campea a sus anchas en cada zona de las ocupaciones humanas, la literatura no ha escapado a esa fuerza centrípeta. A cada momento me encuentro con escrituras que sólo son una vía para discursear sobre algún tema, que están completamente subsumidas por ideas preconcebidas y es tan notoria la obsecuencia con el poder (en algunas de sus formas), que es triste. También llama la atención tanta narrativa derivativa de la escritura académica, como si el autor buscase con esos textos obtener algunas de las divisas universitarias, un cupo para el doctorado en Letras en una universidad gringa, una beca a Estados Unidos, donde a los encargados de los departamentos de Escritura Creativa no les interesa hace mucho tiempo el realismo mágico, sino las escrituras ligadas a temas de género y los formatos más novedosos posibles. Es otra forma de las relaciones que se construyen entre literatura, mercado y poder.
-Auger y Estela, los protagonistas del relato “De hambre”, son de aquellos personajes imposibles de olvidar. Leí ese cuento hace algunos años, mucho antes de publicar este libro, y todavía me sorprende la sobriedad y el minimalismo con que logras narrar una historia de pasión y horror impactante. ¿Es cierto que esa historia está inspirada en una noticia real? ¿Cómo configuraste, a partir de la anécdota, el extraño y complejo mundo de relaciones entre Auger y Estela?
-Primero la anécdota: una mañana encontré la antología de poesía de la Soledad Bianchi “Entre la lluvia y el arcoíris”, de poetas chilenos en el exilio. Cada uno de los autores escribe una introducción a sus textos. En su introducción, Roberto Bolaño (es la primera antología chilena en la que aparece) nos informa que una vez había leído, en un diario para exiliados chilenos en Europa, que una mujer, hastiada de una relación con el que había sido un ministro de Gonzalez Videla décadas antes, encierra a éste en un sótano. No recuerdo cómo termina esa historia, pero quedé impactado. El cuento lo empecé a escribir a las horas. Tuvo varias formas: la primera parecía una narración de Stephen King (autor al que aprecio), en otras llegó a parecer una cuestión de zombis, media gore. Estaba complicado, me faltaban datos, no tenía cómo armar una estructura coherente. Hasta que una noche, casi por inercia, me levanté y la escribí, pero dando cuenta, a nivel de escritura, de mi incapacidad como autor de darle una forma clara. Cuando me rendí a la evidencia que no tenía la suficiente información para narrar el cuento de punta a cabo, como un texto hiperclaro y sin oscuridades, todo fluyó. Sobre cómo logré construir ese asfixiante mundo de la pareja, digamos que lo fui concretando a medida que contaba la historia. La historia me dio el tenor y el tono de cómo debía ser la relación.
OBRAS MALAS Y OBRAS BUENAS
-En una entrevista que le hice hace un año al escritor Carlos Henrickson, conversamos sobre una prosa más bien limpia, una narrativa pura que se aleja del rupturismo, la experimentación o algún grado de efectismo que se aprecia en ciertas literaturas contemporáneas (a ritmo de “proliferación cantinflesca”, como decía Henrickson). A mi juicio, en su narrativa como en la tuya hay una suerte de reivindicación del género y de puesta en valor del oficio de contar historias. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación?
-Primero: hay una frase del gran cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro donde señala que las malas obras no tienen perdón, las mediocres no tienen interés y las buenas no tienen explicación. Como escritor no estoy en condiciones de decir en cuál de esa oraciones quedará mi trabajo más adelante, pero lo cierto es que me parece que tanto en aquellas escrituras más arriesgadas formalmente como en las más “clásicas”, hay excelente material. Ahora, respecto de tu apreciación, creo que por lecturas, ritmo, personalidad y cuántas cosas más de las que no estoy consciente, soy un autor al que le salen textos narrados, si se quiere usar una frase común, de forma más “tradicional“. Y creo que sí, si bien alguna vez sospeché de aquellos textos que sólo deseaban contar una historia, estoy reconciliado con aquello. No me complica que me digan que soy un contador de historias. No voy a forzar las cosas para convertirme en un escritor “experimental”… entre otras cosas porque hasta cierto punto eso no depende de uno. Por lo demás me parece que los libros más interesantes son aquellos que cuentan historias rotundas, con la menor cantidad de artificios. Pero, pensándolo bien, quizás no hay división entre obras “experimentales” y  “tradicionales”, con lo que volvemos a Julio Ramón Ribeyro. Hay obras malas y obras buenas. Me quedo con esto último.
-Tu primer libro publicado, “Novela negra”, es un poemario (aunque con una fuerte carga narrativa). ¿Hay un tránsito desde la poesía a la narrativa o sigues trabajando a dos bandos? ¿Hacia dónde orientas tu búsqueda estética actual?
-Claro, “Novela negra” es un poemario con una potente carga narrativa. Por una parte sigo leyendo tanta poesía y narrativa como antes, son las dos vetas de donde me nutro para lo que quiero escribir. Ahora, vuelvo a Julio Ramón: un escritor es ante todo alguien que escribe, y utiliza los géneros que le sirven para transmitir lo que quiere: para ello echará mano de poesía, teatro, novela o cuento. Eso por un lado. Por otra parte, siempre he dicho que me considero mejor narrador que poeta, pero ello no me impedirá intentar una vez más con poesía, simplemente porque todavía hay veces en que me siento y lo que me sale es un texto poético, y no voy a darle forma narrativa a algo que desde lo más profundo siento que debe ser escrito como poema. También esto funciona en viceversa. Ante todo honestidad. Sobre lo otro, actualmente estoy metido en “cosas” narrativas.
-En tu libro conviven diversas voces, que de alguna forma se confabulan para ocultar al autor (o la persona del autor, o su experiencia de vida). Si no relegado, lo autobiográfico aparece al menos disimulado. ¿Es un ocultamiento intencional, una forma de reconvertir la experiencia en literatura?
-La literatura es una gran mascarada, tanto que pasa por verdad lo falso y lo falso por verdadero. Comprendido lo anterior, no creo que intente ocultar de manera consciente mi autobiografía, porque opino que un escritor siempre escribe desde su vida, y en el texto lo que se encuentra no es más que aquello que elaboró con lo que tenía a mano: las lecturas también son autobiografía, lo que piensa y lo que desea. En este sentido un escritor siempre reconvierte su experiencia en literatura, porque no le fue dado pensar más allá del lenguaje que posee; lenguaje que constituye en un altísimo porcentaje su vida, su experiencia, su crédito. Ahora, sobre las experiencias vitales, concretas, para mí no son tan ricas como aquello que puedo fabular. La vida es mucho menos colorida que la imaginación.
GESTO CONTRACULTURAL
-Tus dos libros han sido publicados por editoriales independientes. ¿Qué opinas de la proliferación de pequeños sellos en todo el país?
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-Las editoriales independientes son hoy por hoy el gran gesto literario contracultural del país. Lo que hacen es de una importancia vital, no sólo por la gran cantidad de autores con potentes voces que publican, sino porque se pararon en la hilacha contra los grandes sellos, que creían que nadie los podía desbancar. Y lo hicieron, y lo están haciendo, con todo en contra, poniendo plata de sus bolsillos, buceando en manuscritos sin un gran comité editorial detrás, pero pensando a futuro. Es un movimiento a nivel latinoamericano, cuyas consecuencias a nivel de mercado son insospechadas, pero a las que hay que estar atento. Francamente me parece una delicia lo que están haciendo. Fantástico, es lo mejor que pudo haber pasado.

-¿En qué proyectos literarios trabajas actualmente?
-En una novela que sí o sí debo terminar este año. Y a la que le tengo fe, como al libro de cuentos que ustedes publicaron.
EN PRIMERA PERSONA
 “Nací en 1979 en Tocopilla, casi por casualidad, porque mis padres, en busca de trabajo en una época difícil, lograron acceder a arrendar una casa a precio de huevo. Mi vieja allí instaló un jardín infantil. Luego nos fuimos a Iquique, en 1986, donde estudié hasta que egresé. Fue en esta ciudad donde forjé mis primeros vínculos con la literatura.
Estudié periodismo y viví diez años en Santiago, donde no puedo darme el lujo de decir que trabajé de todo, como les encanta contar a tantos. Colaboré en algunos medios de comunicación, como La Nación Domingo, y algunas revistas literarias digitales, como indie.cl. En la capital leí y me terminé de convertir en escritor. Tengo grandes amigos, a los que debo mucho, literaria y vitalmente. En Santiago fue que también efectué un diplomado en crítica literaria.
Tengo muchos autores de cabecera: en narrativa, al norteamericano Raymond Carver y sus cuentos únicos. Me gusta más Francis Scott Fitzgerald que Hemingway; y Chejov más que todos. Los relatos de John Cheever  me alucinan, así como los de Bukowsky.
Me gustan los exquisitos relatos del peruano Julio Ramón Ribeyro. También Manuel Rojas y sus libros esenciales. Me encantan las crónicas de Joaquín Edwards Bello y las novelas de Ramón Díaz Eterovic, los poemas de Jorge Teillier y Antonio Cisneros, de Enrique Lihn y el peruano Enrique Verástegui; las novelas y cuentos de Antonio Tabucchi y Kafka, la obra de Roberto Bolaño y de José Santos González Vera. Leo y releo a los poetas Cesare Pavese y Eugenio Montale, y a escritores policiales como Raymond Chandler y Jim Thompson. “Moby Dick” es para mí la más grande novela jamás escrita, y Borges una referencia ineludible, así como todas las novelas de Paul Auster. Los nuevos cronistas latinoamericanos son fundamentales si se quiere leer buena prosa hoy: Alberto Salcedo Ramos, Juan Pablo Meneses, Leila Guerriero y Julio Villanueva Chang.
Pero como influencia también tengo al cine del Woody Allen, el de Almodóvar, John Cassavetes y Sam Peckinpah; Martin Scorsese, Juan José Campanella y Alex de La Iglesia. La pintura de Ricardo Yrarrázaval y la de Edward Hopper, así como la música de Charly García.
Trabajo muchas horas en un diario de Iquique, así que en  mis tiempos libres pierdo el tiempo olímpicamente. Pero también leo y me junto con mis amigos a conversar y tomar cerveza y vodka. Y veo películas que una amiga baja por mí de la red”.

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